lunes, 11 de agosto de 2014

For women who are "difficult" to love.

 
 
 
 
You are terrifying
and strange and beautiful
something not everyone knows how to love.
 
 
 
-Warsan Shire.

viernes, 8 de agosto de 2014

Si te muerdes la lengua me envenenas.

Tóxica.

Si tenía que elegir una palabra para definir a la belleza cobriza que se erguía con total divinidad delante de ella, de entre las miles y miles palabras que nutren el extenso vocabulario español, elegía tóxica sin siquiera tener que pensarlo. Quizás fuera por la manera en que se tocaba el pelo mientras hablaban, ignorando cada palabra que se escurría de entre sus labios y cambiándole el tema sin pedir perdón o permiso. O quizás fuera como sus ojos se fijaban en ella durante segundos y una mueca disgustada se pintaba en su rostro, como si lo que tuviera delante la aburriese. Era serpenteante e inesperada, llegaba tan pronto como se iba, sin decirle nada a nadie y sin esperar a que su interlocutor pusiera el punto final. Era ella la que ponía el punto final, siempre.

Su actitud, todo su ser, que se había ganado a pulso el desagrado de todos cuantos la rodeaban; nunca miraba a nadie dos veces si una primera vez no había despertado su atención, sus palabras cortantes, secas, sinceras, como un revés, una bofetada que escuece durante horas, sus ojos aburridos y lejanos, de esos que logran que te preguntes qué puede haber tan interesante sea donde sea que esté mirando. Nunca la había visto sonreír. Nunca había visto en su rostro otro sentimiento que no fuera el más profundo aburrimiento. ¿Por qué?

¿Por qué, de entre todas las personas felices, emocionadas, enamoradas, vivas, tuvo que enamorarse de una persona aburrida? Aburrida de la vida. Y eso la llevaba a pensar, ¿habría pensado alguna vez en correr una aventura? ¿O en quitarse la vida y dejar de estar aburrida? Era todo un misterio. Toda su presencia era un misterio. Pero el mayor misterio de todos era cómo seguía yendo día tras día al mismo café para encontrarse con ella. Llegaban al mismo tiempo, pedían lo que fuese, se sentaba en la misma mesa cada día, su compañera mirando por la ventana todo el rato, mientras ella empezaba a parlotear. Pero nunca se sentía sola. Aún sin estar con ella, estaba con ella. Más de una vez, había decidido callarse, pensando que incomodaba, pero entonces su cobriza enamorada la miraba, interrogante, con una ceja en alto, y pronunciaba esas dos palabras, que sonaban a coros celestiales: "¿y bien?", y entonces ella continuaba con su charla.

Era tóxica, porque todo lo que hacía era esperar pacientemente que fuese la hora de partir hacia la cafetería y sentarse durante quién sabe cuántas horas hablando sola, pero acompañada. Y era tóxica, porque su mente solo podía pensar en esos ojos miel, en lo bien que se sentían las pocas veces que conectaban con sus ojos oscuros, en su cabello cobrizo siempre cayendo sobre sus hombros y en su longitud perfecta, en cuánto quería pasar las manos por ese pelo, en que estaba deseando que le dijese algo, lo más mínimo, porque su voz era la de un ángel, y entendía que la guardase como un secreto. Y sobretodo, pensaba en su boca... sus labios, carnosos, delicados y rojos, sus dientes blancos, su lengua cargada de veneno siempre dispuesta a atacar, su sonrisa, esa misma que nunca había visto y que tanto había soñado.

Era tóxica, y quizás fuera esa la razón por la cual estaba enamorada de ella.

martes, 5 de agosto de 2014

Si me dices "ven", no dejo nada. Pero dime "ven".

Allí estaba yo, caminante sin camino. Mis pasos eran cada vez menos apresurados, al igual que el ritmo incesante de mi corazón. ¿De qué huía? No lo sé, pero ni siquiera tenía sentido el seguir huyendo. ¿Huía acaso de mi pasado? ¿De mis recuerdos? ¿De alguna sombra que solo existía en mi imaginación? ¿Huía de ella? ¿O acaso de mí mismo?

Recordaba cada mínimo detalle de esa noche, como que se había maquillado aprisa y corriendo para llegar puntual a la cita que tenía conmigo, y que lo pude adivinar por los grumos de máscara en sus pestañas, que normalmente estaban impecables. O como llevaba exactamente tres pulseras; la de su abuela, la de su hermano y la mía. O también podría contaros cómo el camarero que nos atendió apestaba a una mezcla de vino de mala cosecha y perfume barato de imitación. Pero si algo recuerdo con exactitud de aquella noche fue el paseo bajo las estrellas y cómo su pequeño cuerpo se pegaba al mío y me pedía que nunca la abandonara sin palabras.

Una lástima, mis ideas eran distintas. No valgo para mentir, seré sincero y directo: me aburrí. Me aburrí de la monotonía y de como mis días habían pasado a ser una sucesión de lo mismo una y otra vez, en un bucle infinito que nos llevaba a una vejez adelantada. Y probablemente ahora pienses que soy un capullo integral, pero al menos no me anduve con chiquitas. Otro, en mi lugar, probablemente habría mentido, engañado. Y ahora pensaréis que nunca la quise, y quizás no pueda discutir eso, porque yo no valgo para ir diciéndole a cualquiera "te quiero". No, yo digo te quiero y es de corazón. Yo digo te quiero, y a diferencia de muchos, lo siento. Por eso mismo nunca se lo dije a ella. ¿Qué más podía hacer? Soy así.

Tuve que pararla, hacía un largo rato que había desconectado de todo lo que salía de sus labios y me había perdido entre las estrellas. Frené de golpe, y ella conmigo. Sus ojos buscaban los míos, y yo miré directo, a punto de soltar un balazo y verla derrumbarse frente a mi.

Así que disparé. Pum. Directo a sus sentimientos.

La observé, esperé un momento, miré sus ojos buscando ver cómo su pupila aumentaba su tamaño debido al dolor y al despecho. Quise verla llorar, llamadme mala persona. Quise verla rogar porque me quedase. Pero no lo hizo. Sus ojos no cambiaron, ni siquiera perdieron su brillo.

Y entonces sentí que me devolvía el disparo, porque sonrió y lo único que dijo era que podíamos seguir siendo amigos. Y yo ya no supe si era una mala broma, si era una gran actriz, o si yo era pésimo dejando a las personas. Ella siguió su camino sin mirar atrás y yo giré sobre mis talones, en la otra dirección.

Al principio fui rápido; mi mente, mis pasos, mi corazón, todo acelerado. Pero a medida que avanzaba, comencé a relajarme. Hasta que frené. Frené de golpe por segunda vez esa noche y volví a girar sobre mis talones y observé la inmensidad de la oscuridad que me rodeaba aunque en mi mente la veía a ella, alejarse hacia su casa, viviendo su vida sin mí. ¿Acaso ella tampoco me había querido?
Yo no la quería, lo tenía claro, pero siempre tuve la certeza de que ella me quería por mi. Y por primera vez en meses deseé que ella corriese a mi a pedirme que me quedase.

No la quería, pero claramente no podía vivir sin ella.

lunes, 4 de agosto de 2014

Iris.

Ese día, había llovido.
No sería nada raro, sino fuera por la sequía que llevaba meses asolando ese lado del país. La venta de agua embotellada había aumentado de manera vertiginosa. Las piscinas no se habían abierto en verano, el agua se racionaba a conciencia, las fuentes ni siquiera emanaban agua. Miles de leones, querubines y damiselas portando cántaros se habían quedado sin la poca vida que corría por sus entrañas, y habían pasado a ser simples estatuas sin arte y mal esculpidas. El agua era un producto de lujo, y quién iba a decirlo cuando es uno de los sustentos básicos de vida. Se importaba agua del otro lado del país y de otros países, se cobraba como si fuera oro, y había superado al petróleo como oro líquido. Aquel que encontraba una fuente natural, se hacía millonario al instante. Pero pocos eran lo que lo hacían, y el agua no duraba más de un par de semanas.

Por cosas del Destino, su nombre era Iris. Ella era esa pizca de magia que todos ansiaban ver después de una tormenta, la mezcla de la lluvia y el Sol. Pero nunca había visto aquel fenómeno que le daba nombre. En parte porque siempre había estado enferma, en parte porque una vez sana empezó la sequía. No podía quejarse, sin embargo, estaba rodeada de miles de amigos, y su más fiel amante no la había abandonado desde que tenía conciencia. Los libros, sus amigos; su piano, su amante. Creaba la más bellas historias y melodías, tocaba siempre en las fiestas que sus padres organizaban, y organizaban muchas. Otra cosa que agradecer, el haber nacido en alta cuna. Iris era feliz. O eso creía; total, ¿cómo podía dudar de su felicidad cuando no ha conocido otra vida que la que se esconde en sus libros, en su piano, en las masivas fiestas llenas de personas demasiado mayores y cansadas de sus propias vidas y mentiras? Era feliz. ¿No? Eso le había enseñado su profesora, porque daba clases en casa, o mejor dicho, en cama. Le habían enseñado a conformarse, a que la vida en su cómodo hogar era lo mejor que le podía pasar. No había más para ella.

Pero no, en su más hondo ser, en lo que era ella en realidad, muy alejada de la fachada de niña pálida, enferma y buena, deseaba más. Deseaba conocer aventuras, conocer amistades, desengaños, traiciones, amores; deseaba vivir y dejar de ser una muñeca. Porque a eso se había reducido su existencia, a ser una muñequita de porcelana que sus padres cuidaban porque creían que el más mínimo indicio de aire podría tirarla y romperla.

Juntó todas sus cosas en un atillo, dispuesta a despegar cual cohete hacia la Luna. No había mucho allí: un peine que había pertenecido a su abuela materna, algunos vestidos que sabía que si vendía podrían darle de comer durante meses, sus libros favoritos, aquellos de tapas desgastadas de tanto leerlos, los ahorros de una vida enferma, que no era mucho a pesar de lo que podáis pensar, y los zapatos que nunca había podido estrenar. Miró el tic tac de nuevo y lo sintió retumbar en su pecho. Llevaba meses planeando aquello, y ahora que el día había llegado, no podía creerlo. Le sudaban hasta los sentimientos y le apretaban los pensamientos. Se mordió el labio para evitar que otro suspiro saliera volando de entre sus labios. Iris había nacido justamente a las 5:12 de la mañana, y a eso se reducía todo. Dentro de dos minutos, sería mayor de edad. Había pasado una vida entera y todos sus recuerdos eran de cuatro paredes blancas que hacían de prisión infantil.

¿Qué iba a ser de ella allí fuera? Nunca había hablado con nadie que no fueran sus padres o maestros, no sabía relacionarse, no sabía pedir, prácticamente no sabía hablar. Se sentía una niña a punto de dar sus primeros pasos, ¿qué pasaría si caía? Nadie iba a levantar, nadie iba a sujetarla. Alzó la mirada hacia el tocador, y vio el cabello cenizo caer sobre sus hombros, vio su palidez, su finura. Vio porcelana y podía ver cómo se rompía.

Y sonrió. Porque eso era todo lo que había querido siempre; tener libertad para romperse. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Las 5:11. Se levantó, temblando, y se echó las cosas al hombro. La carta de despedida perfectamente doblada sobre una cama echa a la perfección. Una última mirada a su prisión, y cerró la puerta. Una nueva oleada de sensaciones la inundó a la par que se alejaba de su habitación. Mientras bajaba por el pasillo, pensó en todo lo que era, pensó en todo lo que había sido, y pensó en todo lo que podría ser. Se enjuagó las lágrimas al pasar por el cuarto donde sus padres dormían plácidamente, pero continuó adelante. Bajó las escaleras, y entonces miró el reloj de muñeca, las 5:12.

Apresuró el paso, pero no corrió. Abrió con sigilo, con cuidado, la puerta principal, la que la llevaría al mundo. El aire entró como un coche de carreras y la golpeó, frío. Se aguantó las ganas de desistir, y en su lugar, dio un paso adelante. Y cuando pisó la calle y dejó atrás la comodidad de su hogar se sintió, por primera vez en sus 18 años de vida, viva.

Y mientras Iris comenzaba a caminar hacia el futuro, una gota cayó en su mejilla. No, no eran sus lágrimas, ya no quedaban de esas. Era lluvia. El día que Iris se fue de casa fue el primer día que llovió.

Ella amará a otro hombre.

 
"Porque el amor, por parecerse al viento, parece que se ha ido, y no se va"
 
 
 
 
 
 
-Jose Ángel Buesa.

jueves, 24 de julio de 2014

I'm bulletproof.

Pero no soy a prueba de palabras.

Nunca me ha gustado hablar de mí misma; sentía que si hablaba demasiado les enseñaría el camino más fácil para llegar a mi corazón y romperlo. Mamá siempre decía "no guardes tu corazón donde todos puedan verlo, se aprovecharán de él".

Todos hablan de que los palos y las piedras pueden rompernos los huesos, pero las palabras nunca nos herirán. Mentira. Las palabras nos herirán, nos romperán por dentro y por fuera. Da igual cuántas veces lo niegues, pero cada vez que un insulto ha salido de sus labios, disparado como bolas de cañón contra tu persona, ha provocado una grieta en tu corazón.

Y no podemos permitir que nuestro corazón se rompa de una manera tan burda. Por eso, por cada "puta/gilipollas", colocaste un ladrillo, por cada "gord@" añadiste mezcla, por cada "fe@" terminaste un muro, por cada "no vales para nada", añadiste una muralla. Y así hemos acabado, como cebollas de tantas capas que nos cubren. Pero el corazón es dulce, es inocente y está asustado de que esos muros caigan, porque los hombres solo derriban murallas para gobernar.

Y como una vez escuché, creaste una armadura alrededor de ese pequeño idiota que te mantiene con vida y lo firmaste, gritaste que tenían que estar equivocados, que podías ser todo aquello que te habías propuesto ser, que eras hermos@ por dentro y por fuera, que valías la pena, que tu vida valía la pena, que había algo más allá.

¿Por qué? ¿Por qué somos una generación tan triste? ¿Por qué nos herimos para castigarnos? ¿Es que no es este mundo castigo suficiente? Te equivocarás, te equivocaste y te equivocas. Somos jodidos humanos, ¿cómo podemos pretender no hacerlo? ¿Cómo no podemos perdonarnos a nosotros mismos?

Antes, las palabras me mataban. Ahora, no. Me hieren, pueden dejarme convaleciente, pero nunca matarme. Como dijo un gran hombre, me amaré a mi misma a pesar de mi facilidad por lo contrario. Y mientras me ame a mi misma, el resto me da igual.

miércoles, 23 de julio de 2014

Mad world.

Me ahogaba.

No tenía vuelta de hoja, no había más. Solo estaba yo en aquella inmensidad azul. Sentía el agua presionarse y alejarse contra mi cada vez menos vivo cuerpo. ¿No se supone que somos agua? Al menos el 70% de nuestro cuerpo lo es. Una vez más, lo que somos es lo que nos acaba matando. Porque a eso se reducía todo, a morir, a dejarme morir, que nunca será lo mismo que dejarme matar.
El vestido blanco, ahora traslucido, ya ni siquiera se pegaba a mi cuerpo. Bailaba, como celebrando que había llegado el final, moviéndose con el agua, mezclándose con ella porque poco más podía hacer. Ser agua, ser uno con lo que nos mata, rendirnos a una fuerza mayor, saludar a la Parca, a la que ya casi podía ver sonriéndome, tendiéndome la mano y prometiéndome que todo el dolor y el sufrimiento terminaría al fin. Descanso eterno... que dulce realidad es la muerte, a pesar de lo horrible que nos suena. Ella, al menos, es honesta; no como su hermana la vida. La vida es bella, pero está podrida, es retorcida y caprichosa, nos muele hasta que se harta de nosotros, y entonces, allí está la dama muerte, sonriéndonos cálidamente y esperando que tomemos su mano, deseosa de compartir algo dulce y precioso con nosotros.
Entonces, sonreí. Mis vanos intentos de mantener el aire en los pulmones desvanecieron, y el aire dio paso al agua, que me llenaba a pasos agigantados. No estaba sofocada por ahogarme. No tenía porqué luchar. Era el momento, y cuando el momento llega solo podemos rendirnos a su grandiosidad. Luchar es agonizar. Yo no quería agonizar. Quería una muerte rápida e indolora. Al menos indolora estaba siendo.
Debería haberme aterrorizado el ser consciente de mi propia muerte, debería estar viendo los rostros de aquellos a quienes amaba y debería estar reviviendo mi vida, viendo escenas significantes para mi. Pero todo lo que veía era azul. El azul del agua que me rodeaba. Debería oír palabras de aliento, te quieros que me dijeron y risas de niños. Todo lo que oía era el descendente ritmo de mi corazón.

Hasta que dejé de oír. Dejé de ver. Dejé de sentir el agua. Dejé de amar y de latir. Dejé de vivir. Y me hundí. Caí a las profundidades de ese mar o lago o puede que incluso pecera. Me hundí con la certeza de que no había nadie fuera esperando que saliera, o luchando por encontrarme. Me hundí con una sonrisa y los ojos abiertos, mirando al azul por y para siempre.

Y entonces, desperté. Tranquila, sin una sola lágrima, sin inquietud, sin temor, sin gritar. Desperté con una sonrisa. Quizás la canción tenía razón, y los sueños en los muero son los mejores sueños que he tenido jamás.